martes, 19 de junio de 2012

Ese sonido tan personal

Supongo que a todos los amantes de la guitarra nos ha pasado lo mismo alguna vez. Empieza una canción que no habías escuchado antes y de repente, antes si quiera de empezar a cantar, escuchas las primeras notas de una guitarra que ya conoces y no necesitas más, vienen firmadas, sabes quién es el guitarrista que las está tocando. Creo que llegar a ese punto significa los máximo como guitarrista. Encontrar tu sonido, dejar tu esencia en la pulsación de una cuerda. Va mucho más allá de la técnica, de lo rápido que puedas tocar o la buena digitación que tengas.

Como guitarrista (en mi opinión nos pasa a todos cuando empezamos a tocar) al principio me veía seducido por virtuosos del estilo de Satriani, Vai o Malsteem. Era bestial escuchar a aquellas verdaderas máquinas capaces de ejecutar los dibujos más complicados de cualquier partitura. Pero con el tiempo, fue precisamente la falta de alma de su mecánica la que me hizo perder el interés por su música. Me llegaba más una sola nota mantenida durante segundo en Lucille (la vieja guitarra de B.B. King) que los dos millones de fusas y semifusas que cualquier virtuoso pudieses introducir en medio segundo.

Paso a paso fui descubriendo otra clase de guitarristas que imprimían más alma que técnica en su sonido, y es en ese momento en el que el músico funde su alma con su instrumento cuando nace el sonido. Por eso cuando escuchas tocar a Slash sabes que es él y no es otro; cuando notas la caricia de los dedos Mark Knopfler haciendo vibrar las cuerdas no te cabe la menor duda de quien es; cuando escuchas un riff de Angus Young o Keith Richards, un solo de Clapton, el wha wha de Hendrix... Hay tantos y tan buenos.

La música es otra lengua, otro idioma, y como tal no transmite mejor el que mejor habla, sino el que pone la pasión de su alma en su discurso.


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